SALUTACIÓN A LOS LECTORES

Este blog de análisis y reflexión, nace con la pretensión de contribuir al debate sobre el futuro y la SOStenibilidad del Sistema Sanitario Público en España, desde la óptica de los valores y principios de la Bioética, asumiendo la calidad y la excelencia como imperativos éticos.

martes, 10 de mayo de 2011

TONTOS


Los hay donde vayamos: en cualquier lugar, ambiente o corporación. En cada pueblo, ciudad o país… a menudo con mando: en la empresa, la organización, la fundación, la sociedad recreativa, la cofradía, el club, el municipio y la región… Respecto a las profesiones, ninguna está al margen: se encuentran con bata blanca, togados con puñetas, fedatarios públicos y otros altos funcionarios, empresarios, ingenieros, arquitectos, profesores universitarios, investigadores, conferenciantes, uniformados, abogados con bufete, banqueros (pocos), economistas y financieros, escritores y periodistas, tertulianos y opinadores (radiofónicos o televisivos)…
La lengua castellana, en su extraordinaria riqueza, cuenta con innumerables vocablos para designarlos, muchos de ellos, con matices sutilmente definitorios: tonto clínico (imbécil, idiota), tontorrón, tonteras, tonto de nacimiento, tontico, tontín, tonto de capirote, tonto con oposición, tonto con carrera, tonto doble, tonto por familia, tonto de remate… y así, hasta muchos más del ciento. De entre ellos, destacan unos, rematadamente tontos, cada vez más abundantes y perniciosos, tales son los “tontos estimulados, con estudios o ilustrados”. Fácilmente detectables en las tediosas reuniones de las comunidades de propietarios, también en las de padres de alumnos, e incluso en las sesiones parlamentarias, en sesiones hospitalarias anatomo-clínicas ó en las juntas de accionistas. Esos necios (tontos que se tienen por listos, siendo ignorantes, imprudentes y tercos) son especialmente patéticos, por impertinentes, inconsistentes y molestos. Brotan espontáneamente ante cualquier dilema y frente al suceso más nimio. Se auto designan como  líderes, representantes o portavoces. Se crecen oyéndose y gozan sintiéndose escuchados. Lo peor de estos especímenes, es que, teniendo iniciativa, arden en deseos de ponerla en práctica. No estando dotados de mesura, entorpecen y envilecen, degradando el nivel general e insultando al talento y a la cordura del resto de los convocados.
La inteligencia es siempre  referenciada: se es más o menos listo, en relación con otro, que lo es mucho más o mucho menos. Todos presentamos carencias, pero no deja de ser llamativa la falta de lamento sincero al respecto. Nadie se queja de ser tonto… y siendo esto así: ¡tal vez no esté tan mal serlo!
“Ándeme yo caliente y ríase la gente”, escribió D. Luís de Góngora y Argote allá por el Siglo de Oro, y no conocemos a esa gloria de nuestras letras, precisamente porque fuera bobo…, aunque por tal lo tuviera el genial Quevedo.
De modo que, siendo los tontos legión y no protestando ninguno, estando en todas partes y no sintiéndose en alguna de ellas extraños, más nos vale tolerarlos, aguantarlos y compartirlos… pues ellos no descansan nunca y nosotros nos aburrimos o desesperamos, dándoles margen y oxígeno para sus sandeces, así como credenciales, oropeles, distinciones y agasajos, que estimulan su majadería y su poco sentido común.
A veces, hasta los votamos: los designamos y ungimos como nuestros legítimos representantes y además los aclamamos… para después lamentarnos.
Dadas estas paradojas, la cuestión es peliaguda: ¿Quiénes son listos y quiénes tontos? ¿Dónde está el umbral que marca la diferencia? ¿Cómo se establece? ¿Cuál es nuestro lugar en esa clasificación?.
Los zoquetes no suelen dudar: son tercos y convencidos, siendo como es la duda, distintivo de prudencia y sagacidad.
El más tonto se tiene por listo y el auténticamente listo, bien duda de su inteligencia: ¿Quién se enfrenta al mayor problema?.

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