SALUTACIÓN A LOS LECTORES

Este blog de análisis y reflexión, nace con la pretensión de contribuir al debate sobre el futuro y la SOStenibilidad del Sistema Sanitario Público en España, desde la óptica de los valores y principios de la Bioética, asumiendo la calidad y la excelencia como imperativos éticos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

MONTADOS EN LA BAJA


¿Somos conscientes del dinero que se gasta por causa del lacerante absentismo que soportamos?
Se habla constantemente de los inmensos recursos públicos, invertidos en las pensiones y en el paro, y muy poco del esfuerzo económico que representan las bajas laborales por incapacidad transitoria.
Sin un ápice de duda o crítica respecto a la necesidad de su existencia, como derecho básico e irrenunciable de los trabajadores, creo conveniente animar a la reflexión sobre el problema de su, demasiado frecuente, abuso.
En un contexto sociolaboral  como el que atravesamos, estimo como un atropello a todos los demás, la irresponsable insolidaridad mostrada por quienes, estando en condiciones de acudir a su trabajo, aprovechándose fraudulentamente de un derecho, optan por quedarse en casa ó,  peor aún, por estar ocupados en otras ociosas o productivas tareas, mientras se han “montado en la baja”.
La censura fácil es para el médico que concedió esa exención temporal, olvidando con frecuencia que existe el denominado  beneficio de la duda, que siempre está a favor del paciente. Por supuesto que el médico de familia debe ponderar adecuadamente si es o no necesario eximir al paciente de la obligatoria asistencia a su trabajo, dentro del plan terapéutico prescrito, como una más de las medidas en persecución de su mejoría o curación, pero
alrededor del ejercicio clínico-asistencial, siempre está presente un cierto grado de incertidumbre:
¿Realmente está incapacitado para acudir a su trabajo?
¿Es imprescindible el reposo, en casa o en cama, para su restablecimiento total?
¿Exagera su sintomatología, su malestar o su dolor?
¿Intenta rentabilizar su proceso patológico?
Es preferible errar al decretar su baja transitoria, no estando ésta totalmente justificada, que atropellar su derecho, negándole la prestación, cuando en realidad su enfermedad lo aconsejaba.
Los médicos, a menudo se ven muy presionados por sus pacientes, así como expuestos a insultos, amenazas y agresiones, cuando les niegan alguna prestación, considerada por ellos como exigible.
De modo que, asumiendo la posible equivocación, tanto al otorgar la “baja” como al negarla, el verdadero problema no es ése. La gravedad de la situación está en la permisividad social y en la absurda tolerancia general, mantenida hacia el absentista.
Éste debería percibir un severo rechazo por parte de compañeros,  vecinos, amigos y todos los que, siendo cercanos a él y conociendo la realidad de su engaño, estarían moralmente autorizados a mostrar su repulsa.
Nos movemos en un ámbito de imprescindible privacidad y confidencialidad y  los demás nunca deben saber a ciencia cierta la causa de la enfermedad, su gravedad y la necesidad o no del alejamiento del puesto de trabajo. Sabemos que la inspección sanitaria actúa constantemente para combatir el fraude... pero a lo que me estoy refiriendo es a la situación, tristemente conocida por frecuente, del cara dura que, no solo no trabaja pudiendo hacerlo, sino que además hace alarde y ostentación de su pillería y de su habilidad para la simulación. Este golfo debería sufrir un constante y mantenido desprecio social, el mismo que sufre otro cualquier delincuente, porque de eso se trata.
De la misma forma, el médico debería recuperar el prestigio y la autoridad perdida, para sentirse respaldado por la sociedad y por  los tribunales, cuando toma una decisión al respecto (negando la baja laboral o decretando el alta, si lo estima oportuno)
El facultativo del Sistema Público de Salud debe estar considerado y protegido como autoridad sanitaria porque representa al Estado, trabajando en su nombre y por su cuenta, y lo hace, asumiendo el riesgo y la responsabilidad  inherentes al ejercicio de la función pública.
Tan fresco es el que persigue (y a veces consigue) una incapacidad permanente, sin necesitarla realmente, como el que reitera fraudulentamente sus bajas laborales, estafando al resto de  cotizantes y contribuyentes.
Por supuesto, ningún reparo, todo lo contrario, el máximo respeto hacia el justamente declarado incapaz para el trabajo ó el que tiene la desgracia de padecer una enfermedad que realmente le impide con frecuencia desempeñar su actividad laboral.



Artículo relacionado:

1-El absentismo insolidario. Revista El Médico. 1992

lunes, 13 de diciembre de 2010

LOBOS ESTEPARIOS


Me identifico mucho con la espléndida metáfora de Hermann Hesse como modelo valorable, en lo personal y en lo profesional.
Con respeto absoluto hacia otros posicionamientos, considero lo mejor el seguimiento de una trayectoria individual, independiente y autónoma.
Por supuesto que, como animales sociales que somos, todos estamos influenciados por improntas ajenas. Muy poco seríamos sin ellas pero, sin despreciar su aportación, me quedo con la esencia del estilo propio.
Una vez aprehendidas y asimiladas todas esas impregnaciones (familiares, ambientales, culturales, antropológicas, filosóficas, sociológicas, artísticas y políticas), creo que lo mejor es el cultivo de la marca genuina.
Todos somos el resultado de la combinación entre muchos elementos: genética, educación,  geografía, historia, suerte y el tiempo que nos tocó vivir (fácilmente se observa lo mucho que interviene el azar).
Además, cuentan las aptitudes de cada cual, sus valores y actitudes, la salud y la fortaleza, las habilidades y destrezas, los intereses y la constancia en su persecución, el acierto respecto a la coherencia entre las metas y las posibilidades reales, etc. Son las distintas cartas con las que inevitablemente jugaremos la partida de la vida en sociedad.
Desde una cierta crítica al tópico del individualismo español y admitiendo la bondad de las  tendencias asociativas y el corporativismo, en tanto que experiencias útiles e integradoras frente a la radical soledad del individuo coetáneo, no creo que la militancia sea la única ni la mejor opción.
He observado tanta aceptación del pensamiento único y tanto abandono de la propia capacidad de análisis, en aras de la voluntad del líder y de sus consignas, que huyo de las listas de manera casi instintiva.
Me pareció muy acertada la reciente crítica de Vargas Llosa a los nacionalismos (discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura).
Coincido plenamente con su cuestionamiento.
En el mundo de la comunicación, sin renunciar a lo propio de cada tierra (cultura, costumbres, esencias, folclore, gastronomía, tradiciones, lengua…) estoy por la evitación de todo lo que integre excluyendo.
Creo que una de las mayores cualidades de la democracia consiste en que nadie sepa, de antemano y con certeza, cual será el sentido mi voto. Por ello he evitado siempre pertenecer a un partido ó a un sindicato, sin juzgar negativamente a los que optaron por esa opción.
¿No les produce cierto malestar saber que su voto está “contado” de antemano y la suposición ajena de que será para los mismos siempre?
Si absolutamente todos tuviésemos adscripción política no serían necesarias las elecciones, sólo las matemáticas. Continuaría siendo estrictamente democrático, pero el sistema de derechos y libertades quedaría muy desnaturalizado.
El problema no radica en la pertenencia al “club” o en el asociacionismo,  sino en el ciego seguimiento de la línea emanada del “aparato”, lo que empobrece la crítica y fomenta el pesebre.
¡Cuidado con los staff, los sanedrines, las directivas, las jerarquías y las nomenclaturas!.. ¿Quién controla a los controladores?
A diario oigo conversaciones parecidas a ésta:
-Se sospecha que Fulano, desde el  puesto que ocupaba,  ha podido estar robando...
 ... e inmediatamente, la contestación es:
-Más habrán robado ellos
¿De verdad que con esa respuesta puede darse por zanjada la cuestión?
¿Hasta ahí llega el interés en el esclarecimiento sobre la verdad de lo denunciado?
¿Aguien cree, firmemente y con decencia, que todos los “suyos” son buenos y todos los “otros” son malos?
¿Es defendible esa miope postura desde una óptica intelectual, ética y racional?
El mismo símil vale para todos los ámbitos:
¿Es así como ha de hacerse, sólo porque lo dice el jefe?
¿Deben ser los responsables “fichados” sólo por compartir ideario o ser amigos?
Cuando los que pagamos somos los contribuyentes:
¿No habla nuestra Constitución de publicidad, igualdad, capacidad y mérito?
¿Y las trayectorias de las personas? ¿Y el empeño y la dedicación?
¿Qué pasa con el talento y el conocimiento? ¿Qué hay del curriculum?
¿Se le identifica como honrado a carta cabal? ¿Se le conocen maldades?
¿No habíamos superado la endogamia de la tribu?
Está muy bien trabajar en equipo compartiendo creencias, ideologías,  proyectos, deseos, esfuerzos e ilusiones pero abogo más por lo personal, lo auténtico de cada cual, su estilo peculiar y su especial singularidad para recorrer el itinerario vital.
En definitiva, por lo que nos hace a cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles como auténticos “lobos esteparios”.

Artículos relacionados:

-“Gestión Virtual en los Hospitales Públicos”. Revista “Medical economics”, 2007.
- “El Hospital del Futuro y el Perfil de sus Gestores”. Revista “Sedisa, siglo XXI”, 2010.




miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL "YOISMO"


Todos necesitamos del reconocimiento ajeno. En determinadas profesiones, dado el nivel técnico-científico exigido a sus integrantes y la responsabilidad asumida al ejercerlas, se desea estar bien valorado por los demás. Si uno, no se siente  suficientemente apreciado, puede descender su autoestima.
En la actividad medica, frecuentemente detentamos cierto nivel de prestigio e incluso "alguna pequeña fama", a nivel de nuestros clientes, lo que no nos molesta en absoluto... pero bien sabemos que, el auténtico y más valorable reconocimiento, será el otorgado por quienes poseen un criterio más real para juzgarnos: los compañeros, nuestros colegas. De ahí esa antigua y constante meta, la de ser considerado "primum inter pares"
La crítica es una obligación ética. Sin ella, todo sería falsedad y cinismo. Estamos muy entrenados en su ejercicio, pero  hemos sido escasamente adiestrados para la saludable autocrítica.
Ironía y sagacidad son frecuentes entre nosotros, lo que conduce a que, cuando analizamos al otro, solemos diseccionar con precisión quirúrgica.
Sin embargo, la autocrítica es escasa y la adulación frecuente, mezcla que incrementa exponencialmente la vanidad.
De eso va el título elegido para este artículo. ¡Que lamentablemente frecuente es el yoismo!...  Yo lo merezco, yo lo sabía, yo ya lo dije, yo figuraré el primero en la publicación científica, yo recibiré al enfermo ilustre, yo seré quién informará sobre su evolución, yo planifico como nadie, yo obtuve antes esos buenos resultados, yo explico las mejores clases...  "yo mi me conmigo"
Desde la defensa a ultranza de la marca personal, de lo genuino y peculiar de cada uno, de lo reconfortante que es sentir cierta confianza en lo que se hace, derivada de la seguridad que brinda la verdadera preparación y el mérito cierto...¡que ridículos se ven los yoistas!
La Medicina es una ciencia social: trabajamos cara al público y para el público. Estamos en el escaparate porque nuestro "producto" consiste en la mejoría o la curación de nuestros pacientes, y eso, a la vista está. Se nos supone conocedores de la ciencia y capaces de dominar determinadas técnicas diagnósticas y terapéuticas, así como de determinar acertadamente cuando están indicadas o no. En justa contraprestación, anhelamos un  margen de confianza y una leal consideración... pero conozco a compañeros que son, sin saberlo, sus peores enemigos.
A menudo se trata de personas capaces, no rematadamente torpes, que podrían brillar con luz propia, si no fuera porque ellos mismos la opacifican con su ensimismamiento, proyectando una pobre imagen, la de estar encantados de haberse conocido. De tanto mirarse el propio ombligo, han enfermado de grave cifosis vertebral.
Desde la atalaya de su perfección, se permiten censurar, cuestionar y afear constantemente el trabajo de los demás. Ellos, como no se equivocan, nunca tienen que rectificar... y si detectan que han cometido algún pequeño desliz, son tremendamente tolerantes consigo mismos, que para la exigencia, ya están los otros.
Los hay en la actividad clínica, en la docencia universitaria, en la investigación y hasta en la gestión sanitaria.
Las dudas son:
¿no serán tan narcisos porque intuyen su mediocridad y temen a su pobreza intelectual y a su escaso bagaje cultural? ¿no huirán de la verdad, como los súbditos del rey desnudo de la fábula?  
¿saben que son patéticos? 
¿necesitan esa falsa autocomplacencia para sobrevivir?
Lo peor de esos tontos es que nunca descansan y si nos descuidamos, tampoco nos dejarán descansar a los demás.
El resto de los mortales, no siendo tan "divinos" como ellos, nos consideramos muy mejorables y vivimos en un continuo aprendizaje, porque sabemos lo mucho que ignoramos, esforzándonos en mejorar cada día y admirando al sabio, al experto, al constante, al genial, al noble,  al sensato, al bien intencionado y al humilde.