SALUTACIÓN A LOS LECTORES

Este blog de análisis y reflexión, nace con la pretensión de contribuir al debate sobre el futuro y la SOStenibilidad del Sistema Sanitario Público en España, desde la óptica de los valores y principios de la Bioética, asumiendo la calidad y la excelencia como imperativos éticos.

martes, 7 de agosto de 2012

MEZQUINDADES Y VANIDADES



 
En nuestras humanas naturalezas abundan ambas, pero aprecio algunas peculiaridades de género y estoy convencido de que no se deben a un estigma biológico. El ADN femenino es como el masculino porque iguales son los cromosomas,  excluidas las células germinales.
No tratándose de genética, tal vez sea epigenética. Argumentan los científicos, con acertado lenguaje metafórico, que siendo la primera (genética) el abecedario, la segunda (epigenética) sería la ortografía: influencias ambientales, educativas y culturales.
Aún temiendo caer en peligrosa generalización, creo que el macho humano (varón) es el ser más vanidoso que puebla el planeta y, sin embargo, la hembra de nuestra especie (mujer) es algo más mezquina, tal vez porque ha precisado de una mayor astucia, como consecuencia de que le fue siempre más difícil la supervivencia, debido a una menor fuerza física y a la maternidad.
Desde muy antiguo, se preparó al hombre para optar entre las mujeres, porque ésa era su condición, la de ojeador-elegidor. Por el contrario, a la mujer se le adiestró en la seducción… para conseguir el interés de aquél y resultar  “agraciada” con su elección.
Considerado desde un punto de vista antropológico, lo descrito determina, de manera esencial, el posicionamiento vital de unos y de otras. Mientras que, en la casi totalidad de las especies animales, es la hembra la que consiente ser inseminada por el que estima más atractivo y capaz, designando ella al mejor dotado, en nuestra especie, la mujer busca al varón, en pugna con las demás.
Es clave en el tema que nos ocupa, el papel de “la otra”. En  competencia con las vecinas de la tribu, de la aldea, del pueblo o de la ciudad (el barrio, el colegio, la facultad, la empresa) y utilizando sus  argucias y su atractivo, la más hábil logrará el aprecio del mejor varón, solucionando así su manutención y su futuro, a cambio de sexo, afecto y entrega doméstica. Como consecuencia de ello, vendrán los hijos, la crianza y la transmisión de  valores y pautas culturales… lo que perpetuará el “estatus quo” descrito.
Socialmente, es más aceptada y respetada la que alcanza ese estadio y a ese logro ha de dedicar todo el esfuerzo…. ¿Cómo no va a comportarse con algo de mezquindad en esta rivalidad?
El varón es otra cosa: él es el “rey del mundo”, el dominador y el garante del bienestar de la prole, aquel es su estatus y éste su objetivo. La mujer (descanso del guerrero) es el medio. A partir de  nuestros ancestros, fuimos estimulados para adoptar ese rol y bien asumido lo tenemos… de ahí nuestra mayor vanidad.
La síntesis sociológica descrita continúa totalmente vigente en numerosas sociedades y lo ha estado en la nuestra hasta hace bien poco.
Aunque mucho hemos avanzado, un largo recorrido nos queda. Evidentemente, más en unas culturas que en otras.
Constantemente afloran esos atavismos estigmatizadores: a los “caballeros” nos suele perder la vanidad. Hasta la sexualidad y el poder están tremendamente influenciados por ella. La conocida y denostada erótica del poder encierra mucha más enjundia de la que le solemos atribuir.
Instalados en esa falsa sensación de seguridad, somos más ingenuos y algo más nobles,  mientras que las “damas” se han visto obligadas a la estrategia y a la sutileza. Se les entrenó, instintiva e inconscientemente (¿o no?), en el cultivo de una cierta mezquindad. Por eso son más realistas, más prácticas y más cortoplacistas, resultando las peores enemigas entre ellas. Alguien dijo que cuando una mujer escala a un importante puesto, suele quitar la escalera…
En mi actividad profesional, he conocido a grandes personas (mujeres y hombres), pero, pese a haber tenido la suerte de trabajar en ámbitos en los que están formalmente superadas las discriminaciones de género (sanidad y educación), a poco que he escarbado, sí que me he topado con esos poderosos sesgos que, todavía hoy,  lastran y empobrecen la convivencia, dificultando  nuestro progreso colectivo.
Es tan detestable el médico fatuo y altanero como la enfermera pueril y reticente, igual que lo son el docente soberbio y la profesora resentida.

1 comentario:

  1. Demasiado claro y demasiado duro, es un mensaje valiente. Sinceramente, no sé cómo no tienes más comentarios. Sigo leyendo...

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